agosto 28, 2011

La guerra que viene por el Polo Norte



Un poco de historia
 

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial comienza un nuevo periodo de lucha conocido con el nombre de Guerra Fría. Durante cuarenta años, el mundo contendría la respiración mientras soviéticos y americanos sostenían un feroz pulso por la hegemonía mundial. 

En primera línea de este conflicto, se situaría un arma que por sus características, se mostraba ideal para este tipo de guerra encubierta, el submarino nuclear. 

Su principal campo de batalla sería el Ártico, un océano situado entre las dos superpotencias cubierto por una capa de hielo. Esta “puerta trasera” a la casa del enemigo era demasiado tentadora para no utilizarla, pero su característica de estar cubierta por el hielo presentaba un obstáculo importante. 

Su situación geográfica había hecho soñar a muchos exploradores, aunque con otros propósitos bien distintos, estos se afanaban por encontrar lo que denominaban “el paso del noroeste”. Este paso, consistía en una ruta que permitiese cruzar del Atlántico al Pacífico bordeando el continente americano por el norte, atravesando el Ártico y no por el sur como era habitual. Pero las condiciones meteorológicas hacían de este un reto quimérico. Aun así, la reducción en tiempo de navegación unido a las ventajas comerciales persuadieron a los exploradores a seguir ambicionándolo. 


 

Pasaría mucho tiempo desde los primeros intentos llevados a cabo por Giovanni Caboto en 1496 hasta que Robert McClure pudo demostrar su existencia en 1850. Pero la hazaña de realizar la primera travesía por el paso del noroeste la lograría Roland Amundsen en 1903-1906. Las dificultades que los exploradores tuvieron que afrontar demostraron que su utilización no sería posible para el tráfico de mercancías. 

Si navegar en los límites de los hielos resultaba peligroso, la posibilidad de que un barco cruzase los hielos era algo imposible. El propio Amundsen intentó alcanzar el Polo Norte con su barco, desistiendo finalmente ante las adversidades. 


Estas y otras expediciones al Polo Norte, a pie y en avión, demostraron que la capa de hielo no era una superficie continua, sino que estaba formada por grandes bloques de hielo flotantes de diversos tamaños que se agolpan unos contra otros dando la imagen de un manto uniforme. También se descubrió la existencia de hendiduras abiertas que formaban pequeños canales denominados “leads” y la presencia de numerosos espacios de agua libre, a modo de lagos, en medio del hielo denominados “polynyas”. 

Basándose en estos datos, Sir Huber Wilkins pensó que alcanzar el Polo Norte sería posible utilizando un submarino. Su plan consistía en navegar bajo el hielo y salir a la superficie aprovechando los leads y polynyas para recargar las baterías. De no encontrar ningún espacio despejado de hielo, pretendía romperlo con un espolón que instaló en su submarino. Tal y como él pensaba, la capa de hielo tendría un espesor continuo, de modo que dotando al submarino de gran flotabilidad podría emerger sin dificultad. Estaba equivocado. 

Con el patrocinio estadounidense la expedición partió a su destino, pero los fallos en el equipo y las penurias que debieron afrontar pronto desanimaron a los exploradores quienes abandonaron la idea. 

Posteriormente y en plena IIGM, varios submarinos alemanes utilizaron el casquete polar como refugio del ataque enemigo. Después de su ataque a un convoy, se adentraban entre los hielos, donde sus perseguidores no podían seguirlos. 

Tras la contienda el interés por la posibilidad de navegar bajo el hielo continuó. Los americanos hicieron varias incursiones con submarinos diesel y desarrollaron equipamiento especifico para la navegación en esas condiciones. Nuevas brújulas mas precisas y sondadores invertidos que ofrecían una lectura de la capa de hielo dibujando su contorno. 

Aun con los nuevos aparatos, la necesidad de salir a superficie periódicamente, limitaba la capacidad del submarino para operar bajo el hielo. Fue la aparición del submarino atómico la que revolucionó los conceptos de la navegación en el Ártico. Este podría con facilidad alcanzar el Polo Norte, he incluso operar bajo el hielo durante largos periodos. 


El 3 de agosto de 1958 el Nautilus el primer submarino nuclear pasaba por debajo del Polo Norte y atravesaba el Ártico del Pacífico al Atlántico, logrando una hazaña digna de las mejores exploraciones marítimas, pero a diferencia de Vasco de Gama, Colón y tantos otros su fin no era la fama o la riqueza, su propósito consistía en demostrar la posibilidad de utilizar esa “puerta trasera” al enemigo para esconder en ella una espada de Damocles, en forma de submarinos lanzamisiles, que pendiese sobre sus rivales, persuadiéndoles de atacar a su país. 


Los soviéticos no tardaron en emular a sus adversarios y pronto el Ártico se llenaría de submarinos atómicos de ambos bandos que desafiando al medio acudían a este nuevo campo de batalla. 

Los submarinos balísticos operaban en este entorno intentando permanecer ocultos, siempre preparados para lanzar sus misiles, y los submarinos de ataque los rastreaban sin cesar, acosándolos constantemente. Este juego del ratón y el gato provoco varias colisiones submarinas. Los capitanes de los submarinos perseguían a sus oponentes tan estrechamente como les era posible, recopilando gran cantidad de información del enemigo. Podían no solo clasificar el tipo de submarino, sino a cada submarino independientemente. 

Durante más de treinta años los contendientes espiaron a sus contrarios, trazaron miles de mapas de los fondos marinos y estudiaron a fondo el medio en el que debían luchar. De esta experiencia surgieron modificaciones en el diseño de nuevo equipamiento especifico para facilitar su estancia y mejorar sus capacidades en este ambiente. Como ejemplo de estas mejoras se dotó a las torreteas de refuerzos especiales que les permitiesen atravesar capas de hielo de hasta 120 cm de espesor, algo vital en ocasiones. 

Hoy día cuando, se da por terminada la guerra fría, los submarinos nucleares siguen patrullando bajo el Polo Norte. 

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